LA PASIÓN SEGÚN SAN ATEO -novela-
CORRIENTES
—He recorrido esta ciudad más de medio siglo, no me canso de hurgar y ya ni siquiera sé qué es lo que busco con tanta insistencia. Hay esquinas que vi cien veces como ésta de Pellegrini y San Juan, pero nunca antes había reparado en ese mascarón de la fachada, ¿ves? Nos mira con indolencia como si no le importáramos: está soñando desde que Corrientes dejó de ser colonia.
–¿No estará soñando con liberar a los oprimidos? Aunque el modillón con su triste rostro de piedra que las lluvias carcomieron siga allá arriba con la mirada vacía, la idea cayó, Darwi. Se derrumbó todo el ideal del amo y del esclavo aunque cada vez haya menos amos y más esclavos. Toda la gran ilusión del socialismo se vino abajo, como escombros.
–Ya vendrá otro sueño, Alex, la vigilia es la verdadera pesadilla.
FRAGMENTO DEL CAPÍTULO UNO
–¿Olvidemos? ¿Me estás diciendo que ya no te duele el pasado, Darwi, que ya no arde el recuerdo de 1963? No te creo, eso muerde en la memoria que se empecina en recular, mientras el cuerpo avanza. Vamos amigo, evocá de nuevo el seminario de Goya y las galerías soleadas que compartías leyendo el salterio allá en Goya; hacé memoria, en vez de caminar por la calle San Juan de la citá dolente, volvé los pasos hacia atrás, hasta las ligas agrarias que encarnaban la teología de la liberación aquí en la tierra llena de prisioneros ciegos, como los cavernarios de don Platón. ¿No están ciegos acaso también los jornaleros que se desloman de sol a sol por un salario miserable? ¿Has visto las zafras de tabaco? Esas galerías de ánimas que cruzan los surcos mudos, mirando a lo lejos, mirando nada. ¿Tienen algún futuro perfecto? ¿Piensan en la vida perdurable? Muchachas apagadas en la flor de la edad, muchachos amargados que escupen el naco oscuro con la saliva espesa. Gente que no le interesa a nadie en la ciudad, fantasmas humillados que solo agachan la cabeza y silban algún chamamé mientras siguen su destino, como bestias que no llegaron a saber de otra cosa que el tiro de la noria. Para ellos está claro el destino, Darwi. No podrán escapar del círculo de castigos que le asignaron en la citá dolente que es toda Corrientes, todo el mapa perjudicado por la historia infausta de una provincia que alguna vez pudo ser feliz.
(...)
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CORRIENTES Y ASUNCIÓN: MADRE e HIJA
–¿Renegar? ¿Para qué renunciar a la ciudad madre llamada Asunción? Un tejado de brillante tono naranja con moho en los bordes, asomado entre la fronda de los lapachos en aquella azotea de la calle Buenos Aires, anula todas mis negaciones y me está diciendo: “la madre Asunción desde allá lejos, entre brumas, se mira en el espejo de este tejado, en las caries de las piedras del embaldosado, en los bajos antemuros maltrechos pintados a la cal”, lo más extraño, Darwi, amigo de mis misterios, de las partes más oscuras de mi alma, lo más intrigante de todo esto es que escribo a mi pasado desde el futuro: desde el barrio de Almagro de Buenos Aires.
Buenos Aires cincha de la vieja Corrientes, jala desde los tiempos de la colonia para hacérmela avanzar desafiando el lastre del pasado paraguayo. Allá, al terminar el largo recorrido de la Costanera, izamos como tótem protector el monumento a Dn. Bartolomé Mitre como si fuese el santo tutelar, el dios del lar correntino contra los asedios del pasado. ¡Loas a Don Bartolomé!, semidiós porteño que no se deja arrancar ni un quintal del mapa de la patria codiciado por el pasado. Don Bartolomé defendió y defenderá desde su atalaya de piedras el futuro imperfecto de la cita dolente de Corrientes.
Ya ves querido Darwi cada espacio ocupa un lugar en el tiempo; hasta la díscola geografía respeta la historia, pero nosotros no. Ese pequeño y miserable dios con pies de barro que llamamos “yo” no sabe dónde ni cuándo está, Berti. Desde el futuro escribo recuerdos para huir del presente que me agobia. Somos prófugos. ¿En qué conjugación pondremos la gramática del yo?, ¿en un pretérito indefinido?, ¿en el futuro pluscuamperfecto?
Perdimos la fe, y con la fe se nos escapó aquella parte de la vida que nos alentaba esperanzas. Solo quedó la desazón en el fondo, supurando rencor hacia uno mismo.
(...)
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La pasión según san ateo
(Alejandro Bovino Maciel)
Editorial servilibro, paraguay, 2019
Cada sociedad se rige por sus propias reglas, algunas explícitas y otras que forman parte de un entramado consuetudinario al que solo unos pocos se atreven a cuestionar. La pasión según san ateo, de Alejandro Bovino Maciel, es una obra reveladora, que echa luz sobre la vida y sus modos de acontecer en un entorno social asfixiado por un deber ser que se cimienta sobre una moral endeble y pacata, la cual es incapaz de sostener sus propias imposiciones sobre el sexo. Y sí, el sexo es uno de los grandes temas de esta novela, pero no se limita a él. Hay otros temas conexos que conforman la trama textual: los prejuicios, los condicionamientos familiares y las tradiciones, la hegemonía de la moral cristiana a través del tiempo, por mencionar algunos. Quizá este abordaje sea su mayor riqueza, en parte porque deja al descubierto cómo funcionan muchas veces las relaciones sociales en las sociedades pequeñas, cruelmente dominadas por presiones de distinta naturaleza, como las religiosas, que coartan las libertades individuales, aun en su expresión más íntima. También se habla de la soledad existencial, ya no como un punto de partida, sino como un estado de gracia que se debe alcanzar, en el marco del proceso de aprendizaje que se desarrolla a lo largo de la vida.
Pasión y dolor, acaso uno y lo mismo, cuando nos remitimos al significado del pathos griego y del patior latino, que originariamente se asocian al sufrimiento. Hay pasión y hay sufrimiento en esta ficción. Pero también hay un mensaje esperanzador: se puede ser uno mismo, más allá del entorno.
El personaje principal (Álex, Alejandro o Alecito, de manera indistinta), hijo de Artemia, la Divina, provoca la primera gran disrupción en la historia: a él le es transferida “la potestad de presenciar el futuro y curar el pasado”. Ese don, privativo hasta ese momento de las mujeres de la familia, ha pasado de generación en generación. A partir de esa transferencia, ya nada será lo que era en la vida familiar. El muchacho, que podía asegurar la descendencia, entra en la hybris del deseo. “La pasión detesta la medida, está hecha de desmesura que se parece al infinito que nos está negado”, le dice Alejandro a Juan Mujica, en uno de los ricos diálogos de contenido filosófico que abundan a lo largo del texto. “¿Qué pensabas de eso, antes de tener el primer goce, Alejandro?” le pregunta en otro momento. ¿Acaso qué podía pensar alguien a quien de chico las monjas le decían que “pensando en la muerte, se disuelve el deseo (...)”?
Descripciones abundantes en detalles y en imágenes se entrelazan con un ritmo narrativo que por momentos se acelera, para luego recobrar la calma y dar lugar a la reflexión profunda. En el intermezzo, los personajes toman la palabra y aportan su visión del mundo. Alcanza con pensar en la fiel Sacramento, consejera y confidente de su patrona, Artemia. La rudeza de sus expresiones, que reproducen el habla rural, contrasta con su sabiduría primitiva. “Ah, Señoa, es como en la ejército, mi tío el finado solía decir que ahí el montón trabaja pero uno solo piensa todo”, señala Sacramento, hablando de dios y de la iglesia.
Corrientes, Asunción y Buenos Aires son los espacios urbanos en donde transcurren las acciones y los diálogos, que se repiten y parecen condenados al eterno retorno, recuperado por una memoria ubicua que rescata el pasado y lo actualiza con constancia. Las coordenadas de tiempo y espacio se entrecruzan sin solución de continuidad, independientemente del lugar. Así, la ciudad de Corrientes -la citá dolente- se configura como un lugar en donde el tiempo parece haberse detenido hace siglos (“desde Asunción, Corrientes se ve como la maqueta de una villa medieval “) y que continúa condicionando la vida y la felicidad de las personas, se esté donde se esté. Y tal vez la forma de librarse sea llevar una existencia libre de ataduras y de apegos, como la que procura llevar Alejandro.
La obra está estructurada en dos partes (La ciudad doliente y La pasión según san ateo), más un epílogo (Los dos ciegos entre el cielo y el infierno). Este último es una clara reminiscencia del descensus ad inferos (canto XI de la Odisea), del encuentro de Odiseo con Anticlea. Alejandro también se reencuentra con su madre muerta, quien le da una lección sobre la soledad existencial: “lo único que deberíamos aprender en el mundo es a quedarnos solos sin angustiarnos.”
La pasión según san ateo es una novela polifónica, en donde resuenan distintas voces que se reconocen en los prejuicios, en lo que se calla, en los acuerdos “morales” tácitos de una sociedad preocupada por cuidar las apariencias, lo que queda en evidencia. Y a toda moral subyace una costumbre, si nos remitimos a la etimología del término. Esas costumbres cristalizadas se mantienen como instinto de preservación del statu quo, pero a la vez conviven con la manifestación a escondidas del deseo. En un doble juego, el proxenetismo inescrupuloso se aprovecha de la miseria ajena para hacer su negocio, al tiempo que se configura como la vía de concreción de la fantasía.
Los cuerpos, esas “implacables topías” en términos de Foucault, se permiten ser a la luz de las sombras, para revelar la verdad del goce: una pareja formal que abre el juego sexual a los otros y los incorpora a él; la transformación radical del cuerpo del profesor Octavio; el deseo del personaje puesto en el cuerpo infantil, que se materializa en fotografías; la necrofilia; la mirada que se detiene en el instinto sexual de los animales; la ruptura con la heterosexualidad; los tríos dionisíacos en los que reina el éxtasis.
En su ensayo ¿Qué es la literatura? (1948) Sartre habla acerca del compromiso social del escritor. No tengo dudas de que Alejandro Bovino Maciel asume dicho compromiso profesando un valor irrenunciable, que es el de la libertad individual, más allá de todos los condicionamientos.
Prof. Vanesa Calvitti, (UBA) Buenos Aires, diciembre 2019
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