PREFACIO
Alejandro Bovino logra en su "Mariano Moreno. El fuego
del mar" una proeza literaria fuera de lo común: nos
lleva, a través de una notable exploración lingüística,
no sólo hacia la figura del primer secretario de la Junta
de Mayo sino, también, hacia el clima de una época que
permanece activa en nuestra memoria como tiempo
mítico fundacional.
Nada más difícil que reconstruir, sin caer en manierismos
exagerados o en un anacronismo fosilizado, el lenguaje
de otro tiempo histórico y traerlo a nuestro presente
sin producir un efecto de falta de verosimilitud o de
falsete impostado. Bovino lo hace con una delicadeza y
un manejo magistral que sale de lo común. Su esfuerzo
tiene una resonancia en la dramaturgia, género que
ha cultivado largamente nuestro autor, pero, a su vez,
pone en evidencia un buceo en la masa expresiva de una
sociedad virreinal con sus giros idiomáticos y sus pistas
culturales que nos conducen hacia los imaginarios
políticos, religiosos, filosóficos, sociales y cotidianos de
esa Buenos Aires aldeana perdida en los confines de un
mundo que recién estaba amaneciendo en términos de
la tradición inaugurada por la Revolución francesa pero
que seguía siendo, todavía, un punto insignificante en el
interior de un imperio agusanado.
Un Moreno que es, a un tiempo, espectral e íntimo.
Figura que se desliza, de la mano de Bovino, hacia su
mundo interior –cargado de sombras y pesadillas, de
sueños desiderativos y de dudas que lo devoran por
dentro– y que nos permite descubrir el afuera de ese
momento histórico que no ha dejado de conmovernos
al punto de que seguimos pensando y sufriendo el país
a partir de los conflictos y las disidencias de aquellos
tiempos. Hay, en la novela, una simpatía por la figura
trágica y excesiva de un Moreno que se nos presenta
con esa intensidad que la historia, y sus múltiples
narradores –a favor y en contra– no ha podido dejar
de señalar. Una vida apasionada, atravesada por una
pasión devoradora que, como si fuera compañero de
viaje de los poetas románticos que en el otro lado del
Atlántico estaban iniciando su propia travesía por
los fuegos del alma, no pudiera ni quisiera sustraerse
a un destino trágico que, por esas extrañas lógicas
especulares, también sería lo propio de una nación que
nunca logró escapar a ese “fuego del mar” que guarda,
como bien lo cuenta Alejandro Bovino, la potencia y la
intensidad de una figura memorable. El lector no puede
permanecer impasible ni neutral ante las fuerzas míticas
que se manifiestan en esa figura trágica y romántica.
No se trata de una novela “histórica”, de un audaz esfuerzo
por proyectar en el lejano pasado las inquietudes del
presente (que por lo general suele generar una sensación
de impostura e inverosimilitud). Ese no es el objetivo
literario de Bovino que sabe perfectamente los peligros
que encierra ir hacia otro tiempo histórico tratando de
no proyectar sobre él nuestras desmesuras y nuestros
prejuicios. Y su estrategia, exquisitamente lograda,
hace centro en el lenguaje, en su pesquisa que no deja
de romper la tela de la artificialidad introduciendo una
vitalidad y una cercanía sorprendentes. Los recuerdos
de su madre y de su infancia que fantasmagóricamente
asaltan a Moreno se entrelazan con los debates filosóficos
y teológicos con Fray Cayetano y los recuerdos
de la jabonería de Vieytes junto con las imágenes
relampagueantes de esas jornadas memorables de
las fallidas invasiones inglesas. Pero también está la
memoria viva e intensa de los años de Chuquisaca, tierra
de jóvenes iconoclastas que se atrevieron a enfrascarse
en la aventura independentista. O ese efecto verosímil de
un joven Moreno leyendo a Étienne de la Boétie, aquel
amigo de Montaigne que logró plasmar en su pequeño
opúsculo –Discurso sobre la servidumbre voluntaria– la
contrafigura de El Príncipe de Maquiavelo volviéndose
manifiesto de generaciones de luchadores libertarios.
Podemos, y Bovino nos lo ofrece con inteligencia,
imaginar en una callejuela de Chuquisaca a Moreno y
algún otro joven discutiendo con pasión febril las ideas
de aquel Étienne que dejó páginas esenciales para todos
aquellos que han buscado entender cómo y por qué
funciona el poder, de ayer, de hoy y seguramente de
mañana. Esos artilugios que, a través de la seducción
y la fascinación, terminan por reproducir infinitamente
sigue insistiendo como una búsqueda impostergable en
un presente, el nuestro, que necesitaría la pasión intacta
de ese “fuego del mar” que sigue sin apagarse.
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